Mayerling está clarita. Es la mejor amiga de Yamilé. Prácticamente se criaron juntas y, a pesar de que son muy distintas, se adoran. Mayerling siempre ha admirado a Yamilé pues la considera más inteligente que ella, al menos en los estudios, porque mientras la otra sacaba puras buenas notas, ella era de las que piensa que 10 es nota y lo demás es lujo. No fue a la universidad y se ha defendido en trabajitos varios. Si el quince y último le da para mantener su dieta de los puntos y su impelable peluqueada de los viernes, Mayerling está feliz. La misma filosofía la aplica con los hombres. Mayerling no está esperando un príncipe, qué va, si el tipo es guapo, baila bien, besa rico y le dice que la quiere, ella no pide más, según ella lo demás lo pone una.
A pesar de su poca exigencia, era la única amiga de Yamilé que se mantenía soltera como ella, pero… precisamente la noche antes de que arranque éste cuento, Jefferson, su “pior es nada” le pidió matrimonio y la Mayerling aceptó fascinada. Es guapo, baila bien, besa mejor, quiere casarse con ella y tiene moto, para Mayerling lo demás es lujo, y el trabajo, el quince y último y la responsabilidad la pone ella. Mayerling se va a casar con Jefferson con un vestido precioso hecho por Guillermina y Gudelia, Yamilé será la madrina, se irá unos diítas a la Guaira de luna de miel y, cuando regrese, se pondrá a buscar trabajo. No la estresa conseguirlo porque está segura de que chambitas para muchachas como ella no faltan.
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